Quiero
volver allí, donde nubes púrpuras cruzan el cielo con elegancia, y mis ojos
plateados no temen posarse en las hojas de los árboles, que se mecen con
gracia, con sus colores rosáceos, y sus brillos castaños. Era como una elegante
danza en el que el único que importaba era ese dulce viento anaranjado que
cruzaba el claro.
¿Lo
recuerdas, verdad? Yo también. Y me encantaba. Miraba el cielo con una
implacable sonrisa, una voraz mirada y un sentimiento de felicidad en el pecho.
Y tú también tenías esa mirada ilusionada, que hacía que me alegrara,
simplemente, por estar a tu lado.
Nuestra
respiración se volvía lenta y tranquila, mientras nos tumbábamos en la hierba
de un verde esmeralda, que parecía acariciar nuestras pieles cuando el viento
la mecía con increíble rapidez. Sus bordes cortaban nuestras pieles, y
acariciábamos sus filos, repitiendo, una y otra vez, que la hierba trataba de
besarnos.
Allí, esa
naturaleza, era tan perfecta... Era como estar en un sueño que no tenía fin. Y
quizá... Y quizá lo fuera, en el fondo. Quizá ese mundo solo exista en mi
imaginación, pero quiero volver a él, cada día de mi vida. Quiero tumbarme en
su césped, suave y afilado. Quiero acariciar las hojas de los árboles con las
manos, y que estas me den suaves golpes en la palma, mientras siento el breve
latido de su alma. Quiero tumbarme, mirando ese cielo azul, enmarcado por
preciosas nubes púrpuras. Quiero tumbarme en la hierba, y mirarlas contigo,
buscándoles formas imposibles. Quiero susurrarte al oído, preguntarte que hay
en esas lejanas montañas doradas, que algún día seríamos capaces de escalar.
Quiero
preguntarte, porque aparecíamos siempre en el mismo claro, con los mismos
colores, los mismos árboles, y las mismas nubes. Quiero preguntarte porque me
dejaste sola en ese mundo perfecto. Quiero que me mires a los ojos sin miedo,
como solías mirarme. Quiero que beses mis labios con pasión, decisión, y no con
miedo. Quiero que no me abandones en este mar de perfección, en este mar de
dolor y soledad.
Si este
mundo es invento de nuestra creación, dime entonces... ¿Por qué llegué a amarlo
tanto? ¿Por qué llegamos a amarlo
tanto? Quizá porque era donde, realmente, podíamos desplegar nuestras alas, y
echar a volar libres, sin jaulas ni barrotes que rompieran la fragilidad de nuestras
almas, perdidas a través de los tiempos. Perdidas a través del cielo, de un
intenso y colorido azul. Perdidas. Para siempre.
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